Estaba harta de la tiranía gatuna; había crecido en el miedo y el odio a los mininos. La foto de su aventurero abuelo, con la cara perennemente marcada, recordaba los peligros de salirse del camino. Pero las maravillosas historias del anciano, nada amedrentado, y las ansias de aire libre habían hecho de ella un espíritu insumiso; y ya fuera en globo, en barco o a caballo, soñaba con recorrer el Mundo defendiendo a los débiles de las garras de los torpes felinos. Desde su agujero de la Calle 32, mantenía su propia lucha barriéndole los bigotes en la siesta a uno de aquellos peludos. Era azul, suave y tontorrón; se adormilaba al lado de su puerta, con un ojo entreabierto para disfrutar del desparpajo de la intrépida ratona y a pesar de los picores, soportaba estoicamente los golpes de escoba: era tan bonita en movimiento.
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Pide por esa boquita