No creía en dragones, eran historietas que los mayores inventaban para sobrellevar las oscuras noches de inveirno. Los viejos decían que calentaban con sus humos las grandes salas de baile y que los mejores panecillos eran los cocinados en lengua de dragón. ¿Dragones domésticos? ¡Cuentos chinos para niños bobos! Eso creía la princesita hasta que un día, entre una juntura de las maderas de su recamara, un ojito brillante le sonrió; sintió el calorcito, apoyó la oreja en el suelo y escuchó: un ruido de estertor hacía tiritar levemente la superficie y si se fijaba, podía ver una nubecilla de vapor de agua escaparse entre las rendijas.
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Pide por esa boquita